Foto | Nora Zubia @noriisima
¿Cuántas veces hemos oído eso de “hay que beber mucha agua”? Seguro que muchas. Y, ¿cuántos sabemos el porqué de tal afirmación? Seguro que no todos. Pues bien, saber cuál es el porqué de las cosas suele ayudar a entenderlas y asimilarlas mejor. Y esto a su vez, nos suele facilitar la puesta en práctica adecuada de las cosas 🙂 .
Beber mucha agua cada día es importante porque:
- ¡Las tres cuartas partes de nuestro cuerpo son agua! ¿Lo sabíais? Increíble pero cierto.
- ¡Nuestro cuerpo no deja de perder agua! Estas pérdidas se producen a través de la orina, de las heces, del sudor, de la saliva y de la respiración y debemos reponerlas constantemente.
Tras la aclaración, llegan las tres preguntas del millón:
- ¿Cuánta agua necesitamos ingerir cada día?
Complicada respuesta. Cada persona es un mundo en todos los sentidos, ¡hasta en este! Los factores de esto son muchos y variados. Todo interfiere: mi edad, mi sexo, cómo es mi alimentación base diaria, en qué estación del año estamos, si realizo o no ejercicio físico, si estoy sano o enfermo… Por ejemplo:
- Si padezco una insuficiencia renal o cardíaca, mi cuerpo necesitará menos agua. Nuestro médico de familia siempre nos puede orientar en esto según cada caso.
- Si estamos en verano nuestro cuerpo necesitará más agua en general. Pues sudamos más, y, como hemos visto, mediante el sudor perdemos grandes cantidades de agua. Lo mismo ocurre si suelo practicar ejercicio físico a menudo.
- Si tengo diarrea, pierdo agua también. Por eso esa cantinela de que hay que beber mucha agua cuando estamos “ligeros de vientre”, como diría una de mis bisabuelas… 🙂
- Conclusión: escuchad siempre a vuestro cuerpo y darle lo que os pide. Si tiene sed, dadle de beber agua. No paséis sed. Y, por supuestísimo, sobra decir, que no debe ocurrírsenos apagar nuestra sed mediante alguna típica bebida azucarada. Como esas tan fascinantes para muchos, envasadas en unas bonitas latas rojas. Sus grandes cantidades de azúcar no harán otra cosa que darnos más sed… por no mencionar todos los efectos colaterales que el consumo de tales cantidades de azúcar tiene para nuestro organismo y para nuestra salud.
2. ¿Solo la ingerimos al beberla directamente o también la ingerimos mediante otros medios?:
Ingerimos agua al beber agua, evidentemente, pero también a través de los alimentos. Y en realidad, ambas ingestas son necesarias para gozar de una salud óptima. De ahí que la dieta base interfiera en la cantidad de agua que tengo que beber. Los alimentos más sanos y más fáciles de digerir son los más ricos en agua. Y, adivina, adivinanza, ¿cuáles son? ¡Bingo!: las frutas y las verduras. Su contenido en agua supera el 80%. Por tanto, cuanta más fruta y verdura consumamos, nuestra hidratación será mejor y menos cantidades de agua tendremos que beber. Recordemos que aquí serían válidas todas los presentaciones: en forma de zumos naturales, de batidos, de infusiones, de tés, de sopas, de cremas… Definitivamente, somos lo que comemos, y lo que bebemos :).
3. ¿Se puede beber agua del grifo?:
No todas las ciudades ofrecen la misma calidad de agua de grifo. Unas son mejores y otras peores. Sin embargo, dentro de esta gama de calidades, en el fondo, ningún agua de grifo es recomendable. ¿Por qué?
Se han llevado a cabo estudios –en España, en Canadá-, que demuestran que el consumo de agua de grifo aumenta el riesgo a padecer cáncer, sobre todo de vejiga, aunque también hay indicios que apuntan al cáncer de colon y al de mama. En el estudio español, se concluyó que en las ciudades donde el agua contenía más restos químicos, las tasas de cáncer de vejiga eran más altas, hasta tal punto que un 20% de casos de cáncer de vejiga fueron atribuidos a este motivo.
Hemos mencionado «agua de grifo con restos químicos». ¿En serio? Pues sí:
- Cloro. Desde el siglo XIX, se empezó a clorar el agua para desinfectarla, volverla potable y ya de paso evitar enfermedades infecciosas – disentería, hepatitis A, fiebre tifoidea-. Todo esto es importantísimo y está genial, pero lo que en aquel entonces no se sabía, ¡pero ahora sí!, es que, el cloro no solo desinfecta: al unirse a determinados compuestos activos genera trihalometanos. Y esto es lo que está directamente relacionado con la aparición del cáncer.
- Nitritos, plásticos, metales pesados, restos de fertilizantes, de pesticidas e incluso de fármacos. En 2010 se llevó a cabo un estudio en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid en el que se encontraron restos de más de 50 clases de fármacos en el agua de Madrid. ¡Alucina vecina!
Llegados a este punto, tal vez alguien se esté preguntando si es lo mismo el agua de grifo que el agua subterránea de los pozos. Pues no. Puestos a elegir, nos quedamos con la segunda opción, ya que, suelen contener menor cantidad de restos químicos, partiendo de la base que necesitan unas cantidades de cloro en sus tratamientos mucho menores.
Y bien, visto lo visto, ¿cuál es la solución?
En general, lo ideal sería que las potabilizadoras emplearan filtros de carbono o de ozono para filtrar y purificar el agua. Mediante este método se eliminarían la mayoría de las sustancias indeseables del agua. Pero el coste de este procedimiento es muy alto, por lo que en lugar de eso usan sales de aluminio que son mucho más baratas… y también perjudiciales para la salud 😦 .
Así que, al menos de momento, debemos plantearnos cambios a nivel individual:
- A diario, deberíamos consumir agua filtrada. Nosotras utilizamos una jarra con filtros de carbono que filtra y alcaliniza el agua. Le dedicaremos un post en breve. También existe la opción del sistema de ósmosis inversa debajo del fregadero.
- Ocasionalmente, podemos usar agua embotellada de muy baja mineralización. Las aguas bajas en sodio son la mejor opción. Y, muy importante: que contengan un residuo seco de entre 500 mg/l y 50 mg/l (agua muy débil). El residuo seco es la cantidad de minerales presentes en el agua sometida a 180º. Cuantos menos minerales tenga, la calidad del agua será mucho mejor, entre otras cosas, porque nuestro cuerpo no es capaz de asimilar estos minerales.
Mucho ojo con la letra pequeña de las etiquetas: muchas marcas de agua califican sus productos de mineralización débil. Sin embargo, si leemos la etiqueta en muchas ocasiones esto no es así. Hay que fijarse que la cifra de residuo seco oscile entre 500 mg/l y 50 mg/l. Si es mayor de 500 mg/l no estaremos hablando de mineralización débil. Y, lógicamente, dentro de este rango, cuanto más cerca estemos de los 50 mg/l, ¡tanto mejor!.
El mejor envase para el agua embotellada es el cristal o el PET. El cristal tiene menor cantidad de xenoestrógenos: agentes capaces de comportarse como cancerígenos provocando tumores hormonodependientes. Y el PET es mucho más seguro porque no libera bisfenol A (post al respecto la semana próxima), a diferencia del PC –policarbonato-, que libera bisfenol A en grandes cantidades.
El tema del agua es muy complicado, gracias por vuestras explicaciones! Yo hace mucho que consumo agua embotellada de mineralización débil, en concreto Bezoya, pero también hace mucho que debatimos en casa otro sistema que sea sano y no nos arruine, lo de la osmosis creo que es bastante caro. Así que encantada de oir vuestra recomendaciones al respecto sobre jarras, filtros, etc.
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Hola Joana! Sí que lo es…. Y como bien dices, las alternativas al respecto suelen ser bastante caras. Dedicaremos post a ello en breve, lo prometemos! E intentaremos dar alguna opción que no resienta tanto los bolsillos 🙂 Gracias por leernos y gracias por comentar. Nos encanta que lo hagáis. Feliz viernes!
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yo utilizo agua filtrada de jarra, pero claro es una opcion pero no la mejor, espero nos ayuden gracias.
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Hola Sandry! Claro que sí, estamos preparando un post al respecto:) Gracias por tu comentario. Un abrazo!
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Tengo la ósmosis inversas, os la recomiendo, ganareis en comodidad y salud, se trata de informarte bien y adquirir la mejor y que no tenga perdidas de agua, Tu salud se lo merece..
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¡Claro Carmen! Gracias por el comentario. Si alguna vez tenemos dudas al respecto, tendremos en cuenta tu experiencia. Un abrazo.
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