
Foto | Héctor Velázquez
Nunca me lo había planteado, hasta que un día vi los granos de maíz en una tienda acompañados de un cartel que rezaba “Granos para palomitas de maíz”. Y entonces, pregunté a la dependienta si con aquellos granos se conseguían hacer palomitas de maíz auténticas y verdaderas. Vamos, palomitas aptas para los paladares más exigentes, los de los más pequeños de la casa. Me dijo que sí, que de hecho era tan fácil como ponerlas en una sartén con un poco de aceite y listo. Así que me lancé y decidí llevar algunos granos para hacer la prueba en casa esa misma semana y así ya no tener que decirles a los niños un viernes más “hoy toca peli chicos, pero sin palomitas”…
Veréis, muchos de los viernes, en nuestra casa son viernes de cine. Hasta antes de nuestro punto de inflexión alimentario-familiar, recurríamos a las palomitas de micro para acompañar dichas sesiones de cine, esas que ya vienen listas y que con unos minutos en el micro se hacen como por arte de magia. Pero claro, desde nuestro cambio de rumbo hacia un estilo de vida más saludable, esas palomitas dejaron de entrar en casa. Así que, cuando les dije ese viernes que, si querían ver una peli, que les hacía palomitas, ¡se pusieron locos de contentos! y, cuando las probaron…. ¡también! ¿Salen igual que las palomitas del cine o las del micro? En apariencia sí. En sabor, pues no, porque entre otras cosas no llevan los kilos de sal que las palomitas del cine o las de micro llevan encima. Pero, con un poco de sal rosa, dan el pego, son sanas, están riquísimas y los peques las disfrutan muchísimo.
Aquí va la receta. Sigue leyendo


Empecé a practicar yoga cuando mi pequeña más pequeña tenía 7 meses. Empecé sin saber apenas nada sobre el yoga, buscando simplemente empezar a moverme de nuevo tras el embarazo y buscando paliar de algún modo los continuos dolores de espalda que tenía (cuando no nos movemos, nos acaba doliendo todo). Y confieso una vez más que, igual que fue yoga, pudo haber sido cualquier otra cosa… Pero el azar quiso que el horario y la situación del centro de yoga en el que me inicié me vinieran de perlas. Bueno, eso, y que “mi ángel de la guarda” de nombre hermana encontrara el centro buceando por Internet. Y, aunque los primeros días salía anonadada con los cánticos iniciales y finales de cada clase… algo me decía que no lo dejara. Le di la oportunidad y, el yoga me dio la oportunidad a mí: de volver a moverme, de estirarme, de aprender a respirar, de ganar en autocontrol, de ayudarme a conocerme mejor… En definitiva, ¡de sentirme fenomenal física y psíquicamente cada vez que le dedico un tiempo!