
Cuando una tarde de enero de 2016 nos enteramos en el patio del colegio que Mirella tenía cáncer nos quedamos perplejas. Para aquel entonces, Jaque llevaba una rodadura de apenas dos meses. Estábamos despegando, pero, aun así, algo dentro de mí me impulsaba a acercarme inmediatamente a Mirella y tenderle una mano, hablarle de Jaque, hablarle de tantas cosas que podía hacer a partir de ahora y que le podrían venir bien para la que se avecinaba… Mi socia, que siempre es más comedida para todo, me frenó un poco, me hizo ver que quizás era mejor darle tiempo al tiempo, que quizás lo último que necesitara Mirella en aquel momento fuera eso. Y como sé que a ella la pasión no la ciega como a mí, le hice caso. Cuando algo te apasiona tanto, que bien viene tener a alguien que te mantenga con los pies en la tierra, ¿verdad? Así que, me contuve… Sí, ¡me contuve! ¡Pero solo una semana! ¡Jajaja! Justo una semana después de conocer la noticia, decidí que ya era suficiente “contención”. Como no sabía cómo estaba anímicamente Mireya, pensé que escribirle un mensaje al móvil era la mejor vía de acercarme a ella para no atosigarla en persona y en pleno patio de colegio. Y así lo hice. A los diez minutos de haber enviado aquel mensaje, Mirella me llamó. Os confieso que hasta nerviosa me puse. No esperaba aquella veloz llamada. Incluso llegué a pensar que me llamaba para decirme “mira bonita, métete en tus asuntos…” 😊. Pero no. Y ahora, echando la vista atrás y con todo lo que sabemos de Mirella y de su forma de ser, pensamos, “claro que no”. Respiré aliviada cuando me dio las gracias por haberle tendido la mano. Y también respiré aliviada cuando la noté tan entera, tan positiva, tan llena de buena energía… Cero lamentaciones, cero compasiones, cero tremendismos… Primera lección de Mirella.


